El prescindente habría sufrido un nuevo ataque de pánico: creyó que querían envenenarlo con un plato de carne, echó a todo el personal de cocina y volvió a encender las alarmas sobre su estabilidad mental
El desquiciado coimero: Video Milei y el ojo de bife asesino.paranoia, despidos y otro brote en Olivos
No fue una reunión de gabinete, ni un anuncio económico, ni una medida de gobierno. Fue un ojo de bife. Literalmente. Eso bastó para que el prescindente Javier Milei cayera nuevamente en un espiral de paranoia que terminó con una purga completa del personal de cocina en Olivos y la Casa Rosada.
Sí, Milei creyó que lo estaban envenenando. No con ideas, no con traiciones políticas. Con carne, pero no la que le gusta a sus diputadas.
La escena, digna de un thriller político escrito por un guionista en ácido, fue relatada por el periodista Mauro Federico y rápidamente se viralizó: Milei pidió un ojo de bife, lo olfateó, y declaró, sin pruebas, sin dudas y sin el más mínimo atisbo de cordura, que estaba envenenado.
A partir de ahí, lo demás fue una seguidilla de decisiones propias de un bunker sitiado: obligó a sus custodios a probar el plato como si fueran rehenes del rey loco, y ante la falta de síntomas inmediatos, no se tranquilizó. Redobló la apuesta.
Ordenó echar a todo el equipo de cocina presidencial. No solo en Olivos. También en la Casa Rosada. ¿Los motivos? Supuestos planes de atentado que solo existen en su cabeza y, tal vez, en sus canales de Telegram favoritos.
El relato no es aislado ni anecdótico. Se suma a versiones previas, como la difundida por Cristina Pérez en La Nación, quien aseguró que Milei sospecha que su vicepresidenta, Victoria Villarruel, planea un golpe de Estado. En un país con inflación, pobreza y crisis social, el presidente parece obsesionado con ficciones de traiciones palaciegas, atentados gastronómicos y complots de Netflix.
Pero esto no es un sketch. Es la máxima autoridad del país tomando decisiones en base a pulsiones paranoides, impulsos persecutorios y fantasías de magnicidio condimentadas con ajo y perejil. La locura ya no es un rumor: es parte del dispositivo estatal.

